El viernes pasado, el primer ministro Boris Johnson, en directo por televisión, pidió a Gran Bretaña que se preparara para un Brexit sin acuerdo y culpó del fracaso de las negociaciones a la Unión Europea.
"Necesitamos un cambio fundamental en la actitud de la UE, que en los últimos meses se ha negado a negociar en serio". "Así pues, con absoluta confianza nos preparamos para la alternativa, un futuro de gran prosperidad como nación independiente libre para celebrar acuerdos comerciales, controlar nuestras fronteras y aguas territoriales y promulgar nuestras leyes".
Esta declaración provocó un intercambio de mensajes entre ambas partes. La UE dijo que no sólo se habrían reanudado las negociaciones el lunes (ayer), sino que también se habrían "intensificado". Downing Street se relanzó afirmando que habría sido inútil que Michel Barnier, el negociador jefe de la UE, viniera a Londres el lunes a menos que estuviera dispuesto a hacer compromisos sustanciales (hay que decir que su viaje a Londres ha sido aplazado hasta ahora). El portavoz del Primer Ministro británico declaró que "lo primero que hay que decir es que las negociaciones comerciales han terminado, la UE ha concluido de hecho las negociaciones al declarar que no quiere cambiar su posición negociadora, las negociaciones no tienen sentido si la UE no cambia de posición". El Gobierno británico se opuso en particular al comunicado emitido por los líderes de la UE, en el que pedían a Gran Bretaña que diera los pasos necesarios para hacer posible un acuerdo.
La posición británica siempre se ha dirigido hacia un acuerdo como el firmado con Canadá basado en el libre comercio (el CETA, el acuerdo que la UE firmó con Canadá en 2016, eliminó 98% de aranceles a las mercancías y armonizó gran parte de las normas). Sin embargo, la UE dijo que no estaba dispuesta a tomarse en serio la hipótesis canadiense. De ser así, el Reino Unido debería optar por el modelo australiano.
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