El líder chino, Xi Jinping, recibió a Donald Trump en la primera visita del presidente estadounidense a Pekín como un emperador chino recibe a un potentado bárbaro, con una mezcla de adulación y desdén. El gobierno cerró al público las 9.000 habitaciones de la Ciudad Prohibida -el antiguo palacio imperial de paredes bermellón situado en el corazón de Pekín- para que el visitante pudiera hacer allí su propia visita y cenar. Los cortesanos del Partido Comunista han perdido poco del antiguo arte de la deferencia fingida.
Los chinos también trajeron regalos: acuerdos comerciales por valor de más de $200.000 millones, que abarcan desde motores a reacción y piezas de automóviles hasta gas de esquisto. La mayoría de los compromisos eran memorandos de entendimiento: expresiones de intenciones, no contratos ejecutables. Muchos se referían a cosas que los chinos habrían hecho de todos modos. Aun así, Trump pareció satisfecho, como también lo estuvo por el compromiso (reiterado) de Xi de hacer cumplir las resoluciones de la ONU sobre Corea del Norte.
Trump afirma que él y Xi están muy unidos. No puede decirse lo mismo de las actitudes públicas hacia los países del otro. Un estudio realizado en 2016 por Zhang Kun y Zhang Mingxin, de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Huazhong, reveló que Estados Unidos se encontraba muy abajo en la lista de países sobre los que los chinos expresan opiniones favorables, por debajo de Alemania, Gran Bretaña, Francia, Canadá, Australia y Rusia. Puede que las cosas hayan cambiado desde entonces, porque las opiniones sobre Trump son más cálidas en China que en la mayoría de los países. Pero es poco probable que las opiniones sobre Estados Unidos hayan mejorado mucho. Una encuesta realizada el mismo año por el Centro de Investigación Pew de Washington también reveló que sólo la mitad de los chinos encuestados eran favorables a Estados Unidos, mucho menos que la media mundial de "favorabilidad" de Estados Unidos, que entonces era de 64%...
Artículo del "Economist
